El paraíso perdido no es sólo la obra poética cumbre de John Milton (1608-1674). Es también desde hoy un rincón boscoso de Mozambique que responde al nombre de Monte Mabu. Hasta ahora ni siquiera aparecía en los mapas y por eso no había llamado la atención de los biólogos. En 2005, sin embargo, lo descubrió un grupo de científicos de los Jardines Botánicos de Kew y sólo ahora ha revelado el tesoro de su biodiversidad.
El hallazgo acaeció por casualidad, mientras uno de los científicos de Kew, Julian Bayliss, brujuleaba por internet en busca de zonas que registraran fuertes precipitaciones y estuvieran unos 1.600 metros por encima del nivel del mar. El programa Google Earth mostraba algunas en lugares hasta ahora inexplorados. La mayoría en Papúa Nueva Guinea.
Sin embargo, el que llamó la atención de Bayliss fue un trozo de tierra ignota en el corazón del montañoso norte de Mozambique. Una región alta e inaccesible donde nunca antes había puesto el pie ningún investigador. Bayliss examinó entonces distintas imágenes de satélite hasta confirmar que el monte acogía una zona boscosa por explorar de unos 80 kilómetros cuadrados.
Una región virgen es el sueño dorado de cualquier biólogo. Un sueño que se antoja imposible en un mundo penetrado por los satélites y la cartografía, pero que ha hecho posible la historia convulsa del país africano, asolado por una guerra civil entre 1975 y 1992. Según los expertos, el Monte Mabu sobrevivió a los pormenores de la contienda por diversos factores. Incluidos su condición inaccesible y su valor como refugio durante la guerra.
Apenas supo de la existencia de este lugar edénico, los biólogos de Kew se prepararon para explorarlo. Nada menos que 28 científicos del Reino Unido, Mozambique, Malawi, Tanzania y Suazilandia se embarcaron entre octubre y noviembre en una expedición a la antigua usanza. Acompañados de 70 porteadores y de un puñado de serpas locales, viajaron en todoterreno hasta donde llegaba la carretera y se adentraron luego en el bosque durante cuatro semanas.
Allí les esperaban tres nuevas especies de mariposas, una extraña variedad de víbora y poblaciones desconocidas de pájaros poco comunes. Y a buen seguro nuevas especies de plantas entre los cientos de especímenes que se han traído al Reino Unido para clasificar.
La cima del Monte Mabu no excede los 1.700 metros. La biodiversidad no es el fruto de la altitud sino de lo remoto del lugar y de las condiciones que crea la vegetación, con árboles que superan los 45 metros. En la cima pelada del monte, de todas formas, a los científicos les esperaba un hallazgo muy especial: cientos de mariposas macho que se reunían allí, lejos del bosque y a la luz del sol para atraer a las hembras y probar su resistencia volando lo más lejos posible. «Hasta que no volvimos a Londres y empezamos a analizar el material, no nos dimos cuenta del todo de la importancia del hallazgo», cuenta Timberlake, el responsable de la expedición. «Fue entonces cuando reparamos en que estábamos pisando terreno desconocido».
«La biodiversidad de la zona es impresionante», ha declarado en las páginas de The Observer. Y añade con emoción: «Ver cómo las especies se han ido adaptando a pequeños nichos como éste es algo que para mí es algo todavía mágico».
Entre los hallazgos de la expedición, ejemplares de serpientes casi desconocidas y camaleones pigmeos. También mariposas y pájaros con tatuajes especiales, generados por siglos de adaptación al paisaje del Monte Mabu. Sus fotografías y las muestras de decenas de especies vegetales serán en los próximos meses un tesoro en manos de los biólogos de los jardines botánicos de Kew. Ellos los analizarán y desentrañarán los secretos de la biodiversidad de este rincón del remoto Mozambique.
Paradójicamente, la paz podría ser más dañina que la guerra para las mariposas y los camaleones del Monte Mabu. El fin de la contienda ha propiciado un 'boom' para la economía mozambiqueña y los expertos dicen que el bosque podría desaparecer fruto de la codicia de los latifundistas, que querrían sacar dinero de su madera o ganar más tierras cultivables.
Por eso, los biólogos de Kew se afanan ahora en catalogar y publicitar al máximo sus hallazgos y forzar un reconocimiento de zona protegida para la zona. Su responsable, Jonathan Timberlake, no cree que el Monte Mabu sea el último edén por explorar.
«Debe de haber muchos más», asegura, «pequeños bolsillos de biodiversidad alrededor del mundo que quedan por descubrir y con los que tropezaremos. Ojalá gracias a esto la gente se dé cuenta de todo lo que nos está esperando ahí fuera».
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